viernes, 28 de enero de 2011

MONOTIPOS. Flor roja de hilos.

MIS HIJOS ME TRAEN FLORES DE PLÁSTICO

Os enseñé muy pocas cosas.
(Se hacen proyectos..., se imagina..., se sueña...
La realidad es diferente.) Pocas cosas
os enseñé: a adorar el mar;
a sentir la alegría de ver vivir a un animal minúsculo;
a interpretar las palabras del viento;
a conocer los árboles no por sus frutos:
por sus hojas y por su rumor;
a respetar a los que dejan su soledad en unos versos, unos colores, unas
notas
o tantos otras formas de locura admirable;
a los que se equivocan con el alma.
Os enseñé también a odiar a la crueldad,
a la avaricia,
a lo que es falso y feo, a las flores de plástico.


Febrero llueve sobre el cementerio.
Es una tarde de domingo. Gris es todo.
Hemos venido a enterrar a una criatura tierna y absurda.
Un ser que tal vez soñaría con la inmortalidad.
Trazaba rayas sobre una plancha de metal,
la mordía con ácidos...
Así evocaba a sus demonios, daba fe de su vida,
escribía sus sueños...
(Humildemente dejó pasar sus días. Sin fuego transcurrieron.)
Un pobre ser que ya descansa.


No dejó un hueco irremplazable en el mundo.
Quebró su muerte la perfección universal.
Muy pocos lo advirtieron.
Recordarán algunos
de tarde en tarde, y sin dolor, que ya no existe.
Los menos que la lloran la olvidarán también.
Al fin quedó enterrada su carne. Ha vuelto a deshacerse.
Correrá con el agua subterránea que la acompaña,
se deshará con gozo inútil en las cosas
sin dar siquiera un poco de carmín de aroma
o balanceo a alguna flor de estío,
una flor verdadera, no de plástico, fea,
como aquellas que odiábamos, hijos míos.


Aquí me dejan bajo tierra.
Es una tarde de febrero.
Todo es negro cuando se van. Y mudo.
Se ha extinguido esa música gris que antes sonaba.
También el tiempo se ha borrado, y su sufrimiento,de mi cuerpo.
Ya el sufrimiento y el tiempo va deshaciendo poco a poco lo que fue,
y tuvo fe y desánimo, fantasía y amor.


¡Qué pequeño es ahora, a esta distancia
absoluta, el afán diario!
¡Qué pequeño lo grande.Lo grande aquello!
¡Qué pequeñas las iras ante los hombres y sus actos!
¡Qué pequeños los hombres, y que necio
aquel errar buscando la verdad!
Como si hubiese una verdad tan sólo.
Como si una verdad fuera bastante
para darnos la vida.

Tarde se aprende lo sencillo.
Lo sabréis cuando un río de español se desboque
y arrastre vuestra luz, y la sepulte sin remedio.
Pensé algún día que quien vive sólo un instante,
nunca puede morir.
Quizá quise decir que sólo aquel que muere
un instante sabe lo nada que es vivir.
Mas nadie ha muerto nunca sino definitivamente.
Y entonces las palabras no tienen labios que las formen.

Tarde se aprende lo sencillo.

Tarde se encuentra la hermosura.

No aquella de los ojos mortales, la del mundo.

No puedo hacer que lo entendáis.

Necesario sería que ahora estuvieseis aquí abajo

y que viéseis a vuestros hijos llegar entre las tumbas,

bajo la lluvia, y dejar su perfume y su presencia

en las tibias, alegres, inmortales

—más hermosas en vuestras manos que las del bosque—

flores de plástico.

Libro de las Alucinaciones.

José Hierro (1.964)